Imprimir

foto2Lo primero, presentarnos. Somos una familia que vive a 2.006,4 km de distancia de Scampia, en Burgos, España. Tenemos tres hijas, de 15, 13 y 11 años que son alumnas del Colegio de La Salle de Burgos en España desde los 3 años. Mi marido, Raúl, es profesor en el Colegio de Maristas de la misma ciudad. Yo soy abogada y pertenecemos a una pequeña comunidad cristiana vinculada a un movimiento de la familia salesiana llamado “TR” “Testigos del Resucitado”, en la que, entre todos los que la integramos, nos animamos a vivir cada día abiertos a la acción de Dios, que nos llama a la evangelización, el servicio a los demás y a dar testimonio de Cristo Resucitado en nuestra vida cotidiana.

A continuación, seguramente, surja la pregunta fundamental; ¿Y qué hace una familia de una pequeña, tranquila, ordenada, limpia y fresquita Ciudad española en Scampia?

Pues porque, antes que nosotros, en Abril, el Hermano Enrico recorrió esos 2.000 km pero en sentido inverso, viniendo a participar en la Pascua Joven de Bujedo provincia de Burgos, para, junto con el Hermano Andrés, del Proyecto Fratelli en el Líbano, presentarnos a todos los que participábamos en ella dos de las misiones de los Hermanos de la Salle en dos zonas geográficas en las que los derechos fundamentales de las personas y, particularmente, de l@s niñ@s y jóvenes, de una vida digna, a la salud, a la educación, a la infancia o al juego son vulnerados cada día.

foto1Seguramente, todos los que allí estábamos conocíamos, cuando menos de forma superficial, a través de las noticias divulgadas por los medios de comunicación, la situación de los refugiados sirios. Lo que, al menos nosotros, desconocíamos por completo es que una vulneración de derechos fundamentales semejante se estuviese produciendo en un país occidental, europeo, democrático, del primer mundo, como es Italia. Precisamente, esa proximidad geográfica y de circunstancias socio-políticas entre España e Italia hizo que la exposición del Hermano Enrico sobre la situación de l@s niñ@s y jóvenes de Scampia resultase, todavía, más estremecedora y dolorosa, al mismo tiempo que el planteamiento del proyecto como medio para hacer llegar el amor de Dios a tod@s desde la ternura, la cercanía, el cariño, la sonrisa, en el contexto de una Pascua que nos recordaba que Dios nos llama a ser la Luz del mundo, nos llegó, particularmente, al corazón como una llamada personal.

Por ello, nuestro interés por conocer más sobre el proyecto y las posibilidades de participar en él fue inmediato. Eso sí, pensamos que era “cosa de mayores”, así que, cuando el Hermano Enrico nos dijo que podían participar también nuestras hijas, es más, que seguro que ellas sintonizarían con los chavales mucho mejor que nosotros, vimos la oportunidad de concretar esa inquietud que veníamos sintiendo desde hacía tiempo, de dejar espacio para el compromiso con los demás en la vida familiar más cerca de poder hacerse realidad.

Así que, los primeros responsables de nuestra experiencia en Scampia han sido los propios Hermanos de La Salle, que, a través de sus equipos de pastoral de Burgos y de organización de la Pascua de Bujedo, vienen haciendo posible que las familias participemos en la Pascua juvenil y que, en este año tan especial del 300 aniversario del fallecimiento de San Juan Bautista de La Salle, tuvieron el acierto de darnos a conocer a todos la misión de los Hermanos, comprometida con los más necesitados, a través del testimonio de dos de ellos.

Sin duda, la experiencia vivida nos confirma que son valiosas y positivas estas oportunidades en que la vida de los Hermanos y sus comunidades se nos acercan a jóvenes y familias, constituyendo un testimonio valiosísimo de vida entregada en el servicio a los niñ@s y jóvenes más pobres, al mismo tiempo que ocasión de dar gracias a Dios porque se eduque a nuestr@s hij@s en este carisma.

En cuanto a la experiencia propiamente dicha, a la semana vivida como voluntarios en el Proyecto de Scampia-Giuliano, creo que la palabra que mejor puede describirla es “regalo”.

En primer lugar, el regalo de ser acogidos por la comunidad de los Hermanos de La Salle, que, desde nuestra llegada, nos recibió con afecto, generosidad y sencillez, abriéndonos las puertas de su piso, que literalmente invadimos, en un edificio de viviendas sociales, compartiendo las mismas condiciones de vida que los vecinos, e integrándonos en su vida comunitaria, particularmente, en la oración porque, sobre todo, para nosotros, nuestra estancia en Scampia ha sido una experiencia espiritual, personal, familiar y comunitaria, de sentir muy cerca la presencia de Dios llamándonos, como familia, a ser don para los demás. En Scampia, en las durísimas condiciones de vida de sus niñ@s, se percibe la presencia de Dios y su llamada a cada uno de nosotros a cuidarlos, apoyarlos y recuperarlos.

Regalo de ser acogidos, también, por los 29 chavales de entre 16 y 23 años, voluntarios de la Cáritas de Pavía, sus tres animadoras Antonella, Piera, Robi y Don Dario, Director de Cáritas Pavía, con los que coincidimos haciendo la misma experiencia en CasArcobaleno y con los que vivimos que ni la edad ni la lengua son una barrera para la fraternidad que nace de la fe compartida.

Porque CasArcobaleno que, durante el curso es una escuela de segunda oportunidad, en el verano se transforma en casa que hace posible dos objetivos. El primero, que los niñ@s que no viven en las viviendas del barrio, sino en un campamento situado bajo uno de los puentes de la autopista, a unos 2 km de distancia, entre la basura, puedan apartarse tres horas por la mañana y otras tres por la tarde de ese ambiente y disfrutar con cosas tan sencillas con que otro te haga caso, te coja, te abrace, baile contigo, te pregunte cómo estás, te invite a merendar o juegue contigo.

Al mismo tiempo, Arcobaleno se convierte en casa de acogida para los voluntarios que, de esta forma, podemos acercarnos a esta realidad y vivir, en primera línea, que los pobres no son cifras ni fotografías, sino personas pequeñitas pero con una fortaleza capaz de hacerles sobrevivir a las circunstancias en las que viven, Fortaleza, eso sí, que no es eterna, sino que nos reta para cambiar las cosas antes de que ellos sucumban a la desesperanza de la realidad que les rodea.

Además de esta acción con los niñ@s de Campo Rome, desde el 10 de Mayo pasado, en que 300 personas gitanas, de origen rumano y serbio, fueron obligadas a abandonar sus campamentos en Scampia y a instalarse en una zona de fincas agrícolas cerca de Giuliano, los Hermanos vienen acompañándoles y reclamando para ellos el agua y la electricidad de la que carecen, por lo que, cada tarde, nos desplazábamos a Campo Giuliano para jugar con los niñ@s y hablar con sus madres sobre sus necesidades e inquietudes. No tienen de nada, caminan descalzos, sucios, algunos, desnudos. Pero siguen intactas sus ganas de jugar y de que les abraces. 

Mañana, mis hijas volverán al colegio.

L@s niñ@s de Campo Giuliano no tienen colegio al que regresar.

Recordar, hoy, sus sonrisas y los brazos abiertos para que les cogiéramos son gritos que nos dirigen para que no dejemos silenciar sus voces por la rutina o por la indiferencia o por nuestras preocupaciones o por la desesperanza de pensar que las cosas no pueden cambiar. Ese es el mal contra el que la cita de la Plaza Mayor de Scampia nos invita a luchar siempre. Ese es el mal contra el que las Hermanas de la Divina Providencia, los jesuitas del Centro Alberto Hurtado, los Hermanos de La Salle luchan cada día con el servicio, la solidaridad y la entrega. Dios les dé fuerza y les proteja en su misión. Y a nosotros también, para continuar nuestra misión donde estamos, eso sí, ya, para siempre, con Scampia y los hermanos que nos ha regalado en el corazón,

Gracias de todo corazón.