El Folies-Bergère era uno de los cafés-concierto parisienses de finales del siglo XIX. A ellos acudía gente de todas las clases sociales a comer y beber, a divertirse y, sobre todo, a ver y ser visto. Las botellas de la barra así lo indican: al lado del champán, bebida de la alta sociedad y de la gente adinerada, hay una botella de cerveza inglesa Bass -identificable por el triángulo rojo de la etiqueta-, asociada a las clases populares. El mundo retratado por Manet en esta pintura es el mismo que aparece en novelas de Emile Zola, como Nana.
La composición del cuadro es una estructura centrada por la camarera Suzon, inmersa en sus pensamientos, ensimismada; a su izquierda se apiñan los clientes y la derecha lo ocupan lo que parece ser el reflejo de Suzon hablando con un cliente. La platea reflejada en el espejo forma una franja horizontal que divide en dos el cuadro. La barra y su reflejo definen también otras líneas horizontales. Suzon y las botellas actúan como elemento de unión de estas franjas compositivas. A la izquierda usa el espejo y las botellas para ampliar el espacio, en cambio, a la derecha, los usa para limitarlo.
La mujer que mira a través de los gemelos no está identificada, pero simboliza a una sociedad en que lo más importante es ver y dejarse ver. La mujer de blanco en el extremo izquierdo de la platea es una amiga de Manet, Mary Laurent, y la que está detrás es Jeanne Demarsy, otra amiga.
En el ángulo superior izquierdo se advierten las medias rosas y los zapatos verdes de un acróbata que ameniza la velada del café-concierto. Pero nadie, y Suzon la que menos, parece interesado; la presencia del acróbata sólo sirve para acentuar el aire melancólico de la camarera.
Una marcada línea vertical recorre la cara y el vestido de Suzon, como un eje de simetría. Las dos rosas que tiene delante sirven para resaltar las flores que lleva prendidas en el corpiño. A la derecha aparece reflejada la camarera hablando con un hombre; se trata de Gaston Latouche, un colega a quien Manet pidió que le sirviera de modelo. La imagen parece más metafórica que real, puesto que el reflejo de Suzon no debería aparecer en esta posición y, además, su postura no coincide con la de la mirada ausente. Quizás se trate de la conversación que Suzon mantuvo unos minutos antes y sobre la que ahora reflexiona, o acaso la que desea tener con alguien que la aparte de la monótona vida de camarera. A subrayar el vestido negro de Suzon (en claro contraste con los impresionistas que lo excluían de su paleta), uno de los "colores" más difíciles de manipular.
Manet pinta un lugar que conoce bien y donde se siente como en casa; prefiere el bullicio y el trajín de la gran capital, al ritmo de vida más sosegado del campo. Sabe captar la brillantez de la iluminación eléctrica y repite, en los delicados encajes de las mangas y el cuello del vestido de la camarera, la araña de cristal reflejada a sus espaldas.