Cuando Luís XIV murió en 1715, se formó un consejo regente durante la minoría de edad de su hijo Luís XV. Mientras el rey todavía era un niño, la corte se trasladó de Versalles a París. Esto puso a los cortesanos en contacto con los ricos y prósperos hombres de negocios y financieros, en cuyas manos había quedado el gobierno de la economía francesa. Estos funcionarios de hacienda, banqueros y otros profesionales se habían enriquecido gracias a la economía segura y próspera creada por el anterior rey. Eran personas excluidas, por su nacimiento, de la sociedad cortesana, pero ahora que las rigurosas reglas de la etiqueta se relajaban y que la corte regresaba a París, podían mezclarse con la aristocracia con mayor libertad.
La prosperidad de las clases medias altas produjo también ideales protectores de las artes. El mecenazgo, como una forma de prestigio social, era un modo de ser aceptado en la sociedad. A los protectores les gustaban las novedades, y de este modo floreció durante la regencia el nuevo estilo rococó. La amante más célebre de Luís XV, Jeanne-Antoine Poisson -marquesa de Pompadour- fue la protectora más eficaz e los artistas rococó de la corte, pues encargaba edificios y pinturas que constituyen el apogeo del período rococó.
Madame de Pompadour encargó a Boucher una serie de decoraciones concebidas para agradar a su real amante, en especial las del castillo de Bellevue y las del Hôtel del Arsenal. Los asuntos inspirados por el encanto de la esposa de Boucher, Marie-Jeanne Buseau (que contaba 21 años cuando se casaron en 1733) se caracterizan por poseer un elemento de gracia y juventud que los distingue claramente. Marie-Jeanne es quien ofrece, bajo los rasgos de Armida, su desnuda belleza rubia en una de las pinturas más italianas de toda su producción, italianas por esa calidez de colorido que revela recuerdos venecianos. Ella es asimismo la protagonista de El triunfo de Venus. ¡Pícaro destino el de este cuadro traído de Francia por el conde Tessin, de quien la historia afirma que fue amante de la señora Boucher! El recuerdo de Rubens resulta bastante lejano, pues las acompañantes de la diosa no tienen en común con las náyades del Desembarco de María de Médicis en Marsella más que unas gotas de agua que velan sus carnaciones. Los préstamos han sido tan profundamente asimilados que no resultan visibles, como ocurre con el arco triunfal que forma ese bucle de seda retorcido por el viento que evoca el de la Galatea de Rafael. El espíritu de esta composición no guarda demasiado parentesco más que con el del travieso Baño de Diana de Domenichino que ya había inspirado a Girardon. No obstante, más que el tema lo que crea el encanto de esta obra es la factura. El delicado nacarado de los cuerpos aparece realzado por un azul deslumbrante y unos verdes esmeraldas que los engarzan como a otras tantas piedras preciosas. Las curvas de esos muslos esbeltos, las armoniosas espaldas, los brazos abandonados se replican unos a otros con un ritmo de asombrosa fluidez.