Boucher, amigo y protegido de madame Pompadour, personifica la fase hedonista y desinhibida de la pintura galante. Su dedicación fundamental al desnudo y su rechazo de los temas "nobles" no le impidieron convertirse en primer pintor del rey y director de la Academia. Diderot escribió de él en 1765: "¿Qué puede tener en la imaginación un hombre que se pasa la vida entre prostitutas de la más baja estofa?"
Su pintura es decoración para una determinada sensibilidad: las figuras son de un gran realismo sensual, los personajes son frágiles e íntimos, la primera materia de sus composiciones es la carne femenina, nacarada, húmeda, sensual, el eje central de la pintura es el amor, las escenas mitológicas son la representación de asociaciones fantásticas y naturales, y sus temas girar alrededor de dioses, diosas desnudas, cascadas, bosques...Se trata de una pintura superficial y decorativista: el artista se acerca a la realidad con un espíritu presuntuoso; para él la naturaleza es "demasiado verde y está mal iluminada". Por ello en sus cuadros pretende enmendar estos defectos, creando una imagen artificiosa que aspira a la perfección estética, perfección que la realidad nunca ofrece.
La composición de Diana saliendo del baño "muestra a la diosa y a una de sus ninfas sobre un ribazo cubierto de suntuosas telas. El arco y el producto de la jornada de caza -una liebre y dos aves- se hallan arrinconados al lado derecho. Los perros beben en el curso de agua en el que antes se han sumergido Diana y su acompañante. Por el lado izquierdo, el paisaje se cierra con masas de verdura de tonos mitigados, en las que resaltan las hojas de los lirios acuáticos. El conjunto responde, pues, al propósito de presentar dos desnudos en un marco suntuoso, sin entrar en consideraciones de lógico realismo que avalen la asociación de todos estos elementos. El nexo entre las figuras, el bodegón y el paisaje lo proporciona una iluminación variable, capaz de moldear con dureza la anatomía de los perros y de resbalar con suavidad, evitando el contraste, sobre los tersos cuerpos femeninos. Éstos cobran diafanidad y consistencia en el arbitrario escenario, virtudes ambas que serían apreciadas por los pintores impresionistas, en especial por Renoir, cuyos desnudos se hallan sin duda influidos por la obra de Boucher. Otro de los logros del autor estriba en que el conjunto hace olvidar al espectador la técnica utilizada. Parece, en efecto, que los tonos -oposición de verdes, azules y pálidas carnaciones- se funden entre sí gracias a una pincelada de gran fluidez. (...) aplica el pigmento en amplias zonas, reiterando su empaste en las diversas fases de ejecución de la obra. El procedimiento, junto con la utilización de un vehículo muy graso, ha determinado un cuarteado que en ocasiones es de estructura circular." (Monreal, L.,)
Todo está hábilmente dibujado y todo es convencional, en consonancia con el artificio del rococó, que abrillanta las calidades y sofistica las actitudes. En cada fragmento realiza el autor un ejercicio de virtuosismo, una exhibición de habilidad manual. Escenografía, ambiente y materias son, en definitiva, el producto de un concepto decorativista de la pintura, cargado de voluptuosidad.
La cultura epicúrea del Rococó, sensualista y esteticista, está entre el estilo ceremonial barroco y el lirismo romántico. Es hedonista: siempre se quiere ver el desnudo femenino; el amor pierde apasionamiento y se convierte en refinado, divertido, dócil, un hábito. El ideal de belleza femenina ha cambiado: a las mujeres maduras y exuberantes del barroco opone unas jóvenes delicadas y casi niñas. El Rococó es, pues, un arte erótico destinado a epicúreos ricos; es un medio para elevar la capacidad de fruición incluso allí donde la naturaleza ha puesto un límite al placer.
Desarrolla en forma extrema un culto sensual de la belleza, una despreocupación por la expresión espiritual, un lenguaje formal virtuosista y melodioso: y todo ello responde a la actitud espontánea de una sociedad frívola, cansada, pasiva que quiere descansar en el arte.
"Boucher personifica en toda su crudeza el espíritu del Rococó. Amante de lo decorativo, la pintura pierde con él profundidad y casi pensamiento, renuncia a cualquier ribete de problematicidad. Boucher no aspira a educar o a profundizar en el conocimiento del hombre o de las cosas, sino a expresar la gracia, la ligereza, la sensualidad; su pintura está hecha para el placer y la despreocupación. En sus manos, hasta las diosas pierden su grandeza para convertirse en inexpresivas ninfas retozonas. Hay, pues, ciertamente en Boucher tanta superficialidad como a veces amaneramiento, pero si se quiere situarlo en su verdadero lugar habrá que juzgarlo por los parámetros de la sociedad que alimentó sus pinceles y no por los ideales de las generaciones posteriores, y no debería olvidarse, además, que pocas veces se ha pintado con tanta propiedad el resplandor nacarado de un cuerpo de mujer ni la dulce llamada del sexo."