El Palacio del Buen Retiro de Madrid fue un conjunto arquitectónico de grandes dimensiones construido en tiempos de Felipe IV como lugar de recreo. Felipe IV solía hospedarse algunos días, generalmente en verano, en esta segunda residencia. Había allí unos aposentos anexos al convento de San Jerónimo el Real (cerca del actual Museo del Prado) que recibían el nombre de Cuarto Real. Y aunque era segunda residencia, se hizo un esfuerzo para dotar a este palacio de un nivel artístico y ornamental a la altura del propio Alcázar, su residencia habitual. La construcción del palacio fue de baja calidad y esa fue la causa de su final. Durante la Guerra de la Independencia, en 1808 las tropas francesas acantonadas en Madrid tomaron el palacio y sus anexos como cuartel. El polvorín se colocó en los jardines y se construyó un fortín, lo que destruyó irreparablemente esta zona. Tan deteriorados estaban los edificios que cuando Isabel II intentó su restauración, no se pudo hacer otra cosa que demolerlo casi en su totalidad.

Quedan en pie dos partes del palacio: el Salón de Reinos, estancia principal de recepciones y celebraciones del rey, y el Salón de Baile, hoy llamado Casón del Buen Retiro, ambos edificios con profundas reformas respecto a su diseño original.
El Salón de Reinos tenía las mejores pinturas, casi todas conservadas ahora en el Museo del Prado. El salón debe su nombre a que en él estaban pintados los escudos de los veinticuatro reinos que formaban la Monarquía Hispánica en tiempos de Felipe IV. Y como tenía que cumplir la misión de impresionar a embajadores y miembros distinguidos de las demás cortes europeas, se hizo una decoración de la estancia suntuosa. Estaba bien iluminado por numerosas ventanas, el techo estaba recubierto de grutescos y en las paredes había una decoración pictórica rebosante de simbolismo político cuyo último objetivo era la exaltación del rey Felipe IV.