En el interior de una estancia del antiguo alcázar de Madrid, residencia de los austrias, vista casi a tamaño real y adornada con cuadros y un espejo, se desarrolla una escena que parece intrascendente y captada en la intimidad de la vida cotidiana. Velázquez está pintando y la infanta Margarita ha ido a verle con su pequeña corte. Los reyes acaban de entrar en la estancia, y se reflejan en el espejo del fondo. Este es el tema del cuadro, el rey visitando el taller del artista. Su presencia ennoblece al pintor y la actividad que practica. La pintura es un arte noble porque merece la atención del monarca, fuente de todo poder. Velázquez consigue dar la sensación de que contemplamos un espacio real, no pintado, gracias a la perspectiva aérea y al juego de luces y sombras: desde el primer plano y, a medida que nos acercamos al fondo, se suceden las zonas iluminadas y en penumbra, hasta llegar al último plano más iluminado.