El retrato ecuestre de Felipe IV (1605-1665) forma parte de la decoración del Salón de Reinos, en el Palacio del Buen Retiro, que se inauguró en Abril de 1635. Es un retrato de aparato con un doble carácter dinástico y emblemático. Al estar colocado junto a los de su padre, el Rey anterior, y su hijo, el futuro Rey, transmite la idea tranquilizadora de continuidad de la dinastía. La posición del caballo y el dominio que ejerce el monarca sobre él simbolizan su majestad y firmeza en el gobierno de los estados. El Rey lleva los atributos del máximo poder militar: armadura, fajín colorado y bengala de general. El origen de este tipo de representación está en las esculturas ecuestres de los emperadores romanos, como Marco Aurelio, que se retoman en el renacimiento italiano. Un claro antecedente, que Velázquez conocía bien, es el retrato el Carlos V en Mühlberg, pintado por Tiziano. El rey cabalga hacia la izquierda, en posición simétrica y opuesta al retrato ecuestre de su esposa, Isabel de Borbón. Ambos estaban colgados a los lados de una puerta, sobre la que se encontraba el retrato del heredero, el príncipe Baltasar Carlos. El Rey aparece recortado sobre un paisaje de la sierra de Madrid pintado con tonos fríos, verdes, grises y azulados, muy característicos de Velázquez, tanto de estos retratos ecuestres como los de caza.