Esta obra fue realizada para satisfacción personal del pintor. En el interior de un teatro, tal vez el Teatro del Príncipe de Madrid. Numerosas personas, desde los palcos, asisten al baile de un grupo de personas que, con máscaras algunas de ellas, bailan en la pista. El baile de máscaras era uno de los escasos bailes populares permitidos antes de que Carlos III y el conde de Aranda instituyeran los bailes públicos en 1775. En Madrid había tres teatros populares: el de los Caños del Peral, donde se representaban óperas italianas, y los de la Cruz y del Príncipe, donde se representaban comedias. Hasta la renovación del género con Leandro Fernández de Moratín o Tomás de Iriarte, en el último cuarto de ese siglo, las comedias ofrecidas eran de autores del Siglo de Oro amenizadas con entremeses y sainetes populares de tanto éxito como los de Ramón de la Cruz. Las representaciones eran de lo más pintorescas y animadas. Los espectadores de cada teatro tenían un nombre propio y se encargaban de defender a la compañía de actores y a los dramaturgos que estrenaban en su feudo, mofándose de los adversarios. A los espectadores del Teatro del Príncipe se les llamaba «chorizos» porque un día el guardarropa olvidó poner en escena los chorizos que debía comerse un personaje.
Con cualidades propias de miniaturista (las lámparas, los palcos, el escenario del teatro, los llamativos disfraces y máscaras del público...), todo aparece representado con gran detalle, lo que hoy nos permite hacernos una idea de cómo eran las diversiones del Madrid del siglo XVIII.
Las innumerables figuras están esbozadas a través de toques claros, aplicados con presteza, según la costumbre de Paret.
La sesión está amenizada por una pequeña orquesta que toca desde el palco principal.
Las localidades más baratas eran las de patio, donde había que estar de pie. Alrededor de éste había gradas y corredores y, en la parte posterior, la zona reservada a las mujeres, llamada «cazuela». En la «luneta», los asientos situados cerca del escenario, se colocaban los más pudientes. Los palcos o «aposentos», como los representados por Paret, eran el único lugar donde podían mezclarse mujeres y hombres. Por último en la «tertulia», la zona más alta, se sentaba la «gente de sotana». Paret opta por un punto de vista bajo para la composición, con el que sacrifica el detalle de los personajes para poner el énfasis en el dinamismo de la fiesta